Lo primero que tenemos que reflexionar es si lo que evalua-mos es lo que realmente valoramos y consideramos importante para desarrollar en nuestros alumnos. Deberíamos reflexionar sobre esta pregunta:
¿valoramos lo que evaluamos o evaluamos lo que
valoramos?
Una evaluación inicial y continua permite graduar la enseñanza, ajustándola al ritmo y estilo
de aprendizaje de cada niño.
Si se quiere atender a la diversidad, se ha de usar la evaluación para diferenciar las enseñanzas y los aprendizajes.
El referente que utilicemos para calificar también
es importante, ya que, si usamos únicamente referentes externos para
evaluar, los calificaremos según la escala
que hayamos establecido (1 a 10, suspenso a sobresaliente). Sin embargo, puede
que algunos de nuestros
alumnos con altas capacidades, sin hacer esfuerzos, estén obteniendo buenas
calificaciones. Por eso,
es necesario complementar la evaluación siguiendo criterios externos con una evaluación idiográfica, en la que el criterio sea el propio
alumno y que de forma
cualitativa se pueda plasmar
su progreso. Los registros que se pueden
usar, podrían ser
un portafolio, donde se guarden
las tareas realizadas, fechas de finalización y comentarios del profesor.
Por último,
tenemos que reflexionar sobre el modelo
de informe de evaluación que vamos a usar. Matizar los resultados de la evaluación en un informe
descriptivo (o al menos que se aproxime a ello) aporta
más información a la persona
que un número. Si como
alumno quiero que la evaluación del profesor me sirva para
aprender, me resulta
más valioso su comentario de experto
que el resultado cuantitativo.
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