viernes, 20 de mayo de 2016

OPTIMISMO Y PESIMISMO

Optimismo y pesimismo
Las personas optimistas piensan que la adversidad constituye un contratiempo pasajero y que sus problemas se reducen a esa circunstancia. Asumen que los contratiempos suceden debido al azar, la mala suerte temporal o a circunstancias provocadas por otros. Por otra parte, las personas pesimistas piensan que lo desagradable perdurará y se sienten culpables de la adversidad. Se rinden con más facilidad y se deprimen con mayor frecuencia. Mientras que los optimistas afrontan los problemas como retos, los pesimistas afrontan las adversidades como derrotas. Diversos estudios demuestran que las personas optimistas destacan más en los estudios, trabajo o deporte, gozan de mejor salud y son más longevos1. Deducimos, en consecuencia, la importancia de fomentar comportamientos optimistas e intentar erradicar estilos pesimistas en ámbitos educativos.
Es muy común atribuir los malos resultados académicos de los niños a su falta de inteligencia. Si el niño asume que él mismo constituye la causa del problema, no intentará tomar los riesgos necesarios que permitan mostrar todo su potencial. Un simple período de bajo rendimiento lo podemos convertir en habitual debido al bajo estado de ánimo generado en el niño.
El estudio longitudinal Princeton-Pensilvania2 ya demostró que el problema básico que subyace en la depresión de muchos niños y de su bajo rendimiento es el pesimismo. Las creencias que los propios niños tenían sobre la permanencia de los acontecimientos negativos, junto a la aparición de adversidades en sus vidas, representaban factores significativos de riesgo para sufrir una depresión y el fracaso consecuente en los estudios.
Modelos teóricos y origen del optimismo
Existen dos modelos teóricos que intentan explicar el desarrollo del optimismo: el optimismo disposicional y el estilo atributivo (o explicativo) optimista. La diferencia principal entre ambos modelos  es que en el primero, el optimismo se refiere a la expectativa global que tiene la persona de que los sucesos positivos abundarán en el futuro, es decir, hace referencia a las expectativas futuras. El segundo modelo, nacido a partir de la teoría reformulada de la indefensión aprendida (ver) considera cómo nos explicamos a nosotros mismos por qué suceden las cosas, es decir, el optimismo o pesimismo se atribuyen a acontecimientos pasados.  En los análisis posteriores nos basaremos en el modelo del estilo explicativo.
Los factores que han posibilitado el desarrollo del optimismo son genéticos y ambientales. Estudios realizados con gemelos idénticos sugieren que entre el 25 % y el 50 % del optimismo y pesimismo es heredado3. Factores ambientales, englobados en el ámbito educativo, pueden ser experiencias vividas en la primera infancia o la cultura misma. Los padres y los profesores, con las experiencias que proporcionan, son fuentes de optimismo en los niños. 
Regiones cerebrales involucradas
Recientes estudios muestran una correlación entre pensamientos positivos o negativos y algunas regiones del cerebro. En concreto, la corteza cingulada anterior y la amígdala (ver figura) se muestran más activas al anticipar sucesos positivos. Un estudio dirigido por Tali Sharot4 preguntaba a una serie de voluntarios sobre la probabilidad de que sucedieran sucesos negativos como divorcios o enfermedades. Luego se les informaba sobre la probabilidad real de que estos hechos sucedieran. Finalmente, se pedía a los participantes que calificaran la probabilidad de los sucesos de nuevo. Cuando la información aportada por los investigadores resultaba discordante, las personas optimistas mostraban menor actividad en el lóbulo frontal (zona encargada de la toma de decisiones), a diferencia de los pesimistas, lo que sugiere que el cerebro elige atendiendo a sus propios intereses. La aplicación de la técnica de la resonancia magnética funcional en este estudio posibilitó el análisis de las regiones cerebrales implicadas en las personas optimistas y pesimistas pero, además, demostró la existencia de un sesgo optimista en el cerebro. Este sesgo cerebral que subestima los riesgos se cree que tiene una función adaptativa al ayudarnos a ganar confianza al realizar actividades que requieren cierta complejidad. Todo esto a través de una regulación de la información emocional que facilita la activación de las regiones cerebrales comentadas.
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El optimismo en los niños y adolescentes
Las enseñanzas que dan los padres a los bebés y a los niños pequeños, en tareas sencillas, proporcionan un modo ascendente de optimismo en ellos. Sin embargo, el análisis debe realizarse de forma bidireccional, es decir, el carácter de los hijos guarda relación con el optimismo de los padres pero un carácter difícil de los hijos puede condicionar el optimismo de los padres. En la adolescencia, los estudios sobre el optimismo revelan no sólo la importancia de las relaciones familiares, sino también de las relaciones entre iguales.
Cultivando el optimismo
Una educación responsable requiere que los docentes proporcionemos a nuestros alumnos modelos que les permitan afrontar los problemas estableciendo estilos emocionales convenientes.  Los niños han de aprender a juzgarse adecuadamente. Y eso se puede enseñar.
Martin Seligman propuso un método5 para incrementar el optimismo que consiste en detectar y luego rebatir los pensamientos pesimistas, basado en el modelo del estilo atributivo y aplicando las  técnicas de la terapia cognitiva. Las creencias que tenemos sobre el funcionamiento de las cosas son ideas previas que pueden ser refutadas. Una vez asumido esto, se ha de poner en práctica el rebatimiento. El aprendizaje del optimismo se ha de fundamentar en la veracidad, es decir, se ha de mostrar la incorrección de las ideas previas. La realidad nos ha de facilitar pruebas que contradigan nuestros pensamientos distorsionados y  hemos de aprender a discutir con nosotros mismos. El método aplicado por Seligman sigue el modelo ABC (siglas que provienen del inglés y que se refieren a adversidad, creencias y consecuencias) desarrollado por Albert Ellis, otro de los grandes psicólogos cognitivos que tanto nos han aportado al nuevo enfoque educativo.
Consideremos el siguiente ejemplo práctico que nos puede resultar familiar y que permitiría el análisis conjunto entre el adulto y el niño:
Adversidad: Mi maestro se ha reído de mí al hacerle una pregunta.
Creencias: Se ha reído de mí porque me considera poco inteligente y encima mis compañeros también se han reído de mí.
Consecuencias: Me he sentido inútil y avergonzado.
Rebatimiento: El hecho de que el profesor se haya reído no significa que me tenga mal considerado. Además, el profesor siempre se está riendo porque tiene un carácter agradable y, seguramente, la pregunta era algo inusual. Y el profesor dedicó un tiempo a responderme.
Revitalización: No me siento avergonzado como antes y tampoco inútil.
Este sencillo ejemplo nos muestra que la técnica de rebatimiento de los propios pensamientos negativos requiere práctica y entrenamiento. El aprendizaje del optimismo es posible gracias al esfuerzo.
En un estudio6 se hizo el seguimiento del estado afectivo positivo y negativo de 2800 personas entre 1971 y 1994. En la gráfica se muestra cómo la intensidad de las emociones positivas (mean score) apenas varía (de 4 a 3) en el transcurso de la vida. En el mismo estudio hay otra gráfica que muestra que la intensidad de las emociones negativas disminuye con la edad (aproximadamente de 3 a 1).
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El papel del profesor
Diversos estudios demuestran que los niños en edad escolar utilizan el mismo estilo explicativo que sus profesores cuando se critican a sí mismos3. Esto explica la importancia del análisis del optimismo del propio docente. El profesor, manifestando actitudes adecuadas que lo muestren como referente válido, ha de percibir los estados emocionales de sus alumnos. Y ante la aparición de resultados académicos negativos, ha de fomentar el  propio convencimiento del alumno de que existen formas de resolver los problemas que surgen.
El optimismo guarda relación directa con otros conceptos como la autoestima o la motivación. Podemos aplicar diferentes intervenciones en el aula en este sentido. Por ejemplo, las contestaciones verbales que vayan dirigidas a alumnos concretos que remarquen algo positivo realizado y que sean equitativas suelen ser muy eficaces. Todo esto remarca la importancia de las expectativas que tiene el profesor sobre sus alumnos, el conocido efecto Pigmalión (ver). Los docentes no podemos evitar que el alumno sienta el fracaso en determinadas situaciones pero hemos de fomentar la resistencia a la frustración inculcando, a través de las continuas experiencias, la idea de que el error forma parte del proceso de aprendizaje y que hay que asumirlo como algo natural.  Los nuevos planteamientos de enseñanza y aprendizaje han de facilitar la realización de tareas de los alumnos, en plena concordancia con sus necesidades e intereses. Todo en beneficio de una motivación que facilite, a través de un mayor optimismo, la realización de planes futuros.
Conclusiones finales
El comportamiento y sentimientos de nuestros alumnos se ven influenciados por sus creencias y ello condicionará su forma de afrontar los problemas. El cambio de creencias y la función motivadora de las emociones positivas constituyen importantes recursos educativos que conviene llevar a la práctica. Los estados de ánimo adecuados facilitan los pensamientos y conductas más positivos. El aprendizaje del optimismo realista constituye un instrumento motivador muy importante que ayuda al alumno a alcanzar los objetivos que se ha fijado. Como dice Seligman: “Cuando el optimismo aprendido se acompaña de un renovado compromiso para con la comunidad, entonces puede terminar nuestra epidemia de depresión y falta de sentido”5. Y es que ser seres sociales nos hace únicos pero también más felices.
Jesús C. Guillén
D. Danner, D. Snowdon, W. Friesen, “Positive emotions in early life and longevity: Findings from the nun study”, Journal of Personality and Social Psychology 80, 2001.
S. Nolen-Hoeksema , JS. Girgus JS, M. Seligman M, “Learned helplessness in children: a longitudinal study of depression, achievement and explanatory style”, Journal of Personality and Social Psychology, 51, 1986.
Seligman, Martin, Niños optimistas. Cómo prevenir la depresión en la infancia, Grijalbo, 1999.
T. Sharot, C. Korn, R. Dolan, “How unrealistic optimism is maintained in the face of reality”, Nature Neuroscience 14, 2011.
Seligman, Martin, Aprenda optimismo, Grijalbo, 1998.
6 C. Reynolds, M. Gatz, J. Personality and Social Psychology 80, 2001.
Para saber más:
S. Orejudo, M. Teruel, “Una mirada evolutiva al optimismo en la edad escolar. Algunas reflexiones para padres educadores e investigadores”, Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 66, 2009.
M. Giménez, “Optimismo y pesimismo. Variables asociadas en el contexto escolar”, Pulso, 2005.
C. Peterson, “The future of Optimism”, American Psychologist 55, 2000.
Seligman, Martin, La auténtica felicidad, Ediciones B, 2003.

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